Hay derrotas que saben a triunfo

Los perdedores en cada nueva edición de los Oscar se asemejan a los verdaderos héroes clásicos, que no eran los recibidos como tales al volver de la guerra, sino los que habían quedado muertos en el campo de batalla. Siendo, en la mayoría de los casos merecedores del mismo reconocimiento que sus compañeros galardonados, han de continuar esperando esa estatuilla que a veces nunca llega.

En esta ocasión han sido, entre otros de los que se la merecían, Neil Jordan, James Ivory, Catherine Deneuve, Mary McDonell y Robert Altman. Pero si ha habido un verdadero protagonista entre los derrotados, ése ha sido Denzel Washington. En toda la historia de Hollywood nunca hubo una nominación con tan pocas posibilidades como la suya por Malcolm .X. 

Desde que se hizo pública, su imposibilidad estaba tan clara como los verdaderos autores del asesinato de X. Todos sabíamos perfectamente que una institución, que aún sigue suspirando por el esplendor del infierno confederado, no iba a premiar la historia de un negro que ni cantaba ni bailaba y que soliviantaba a sus hermanos. Rubia y tan lbella como buena actriz es Michelle Pfeiffer, lo que no la ha librado del mismo prejuicio. Estoy convencido de que los miembros de la Academia no han contemplado su trabajo en Love field, un proyecto personal de la actriz, como el «agradable» papel de Emma Thompson en Regreso a Howards End. 

El personaje de Pfeiffer, que mantiene una relación interracial en la película, es de los que hasta hace relativamente poco tiempo, mientras el Código Hays estuvo vigente, desataba a todas las fuerzas vivas en el mentecato Hollywood. Pfeiffer y Washington, a mi entender, son los grandes perdedores del último reparto de estatuillas. Los personajes que han llevado a cabo les honran como personas y como actores. Se les puede dar la enhorabuena por habérnoslos brindado. Perder, a veces, es más digno que ganar y, desde luego, siempre es mucho más romántico.

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