Ya veremos de aquí a cinco años

Tras cinco años de permanencia en el cargo, resulta conveniente una renovación, al objeto de encontrar nuevas aportaciones y valores artísticos en la escena española», termina diciendo, sonrojantemente, la nota con la que el Ayuntamiento de Madrid, a través de su Concejalía de Cultura, cesa a Miguel Narros en la dirección del Teatro Español. A la vista de tan desafortunada decisión lo único claro es que hay que encontrar «nuevas aportaciones y valores» en la escena política española.

Los políticos, vocacionales de la perennidad sobre las tablas del poder, tienen el cinismo de poner plazos de caducidad al talento y al genio de un artista indiscutible. Con el cese de Narros, el centroderecha que gobierna Madrid parece haber pasado de la «moción de censura» a la «emoción de censura», tachando de la cabecera de cartel de su coliseo a una de las figuras máximas del teatro español de los últimos treinta años. ¿Es éste un síntoma de los planes a desarrollar por el PP y/o el CDS si llegaran, juntos, revueltos o por separado al gobierno de la nación? Hubo un tiempo, nada lejano, en que a la derecha se le electrizaba el pelo con sólo escuchar la palabra cultura. De ahí salieron cuarenta años con coros y danzas. 

Pero ahora Madrid tiene un alcalde del que se conoce su sensibilidad hacia el arte -la pintura, sobre todo- y su talante liberal. No era imaginable del señor Rodríguez Sahagún una decisión semejante. Claro que se puede pensar en un plan para dejar la Plaza de Santa Ana como un erial: los artesanos desalojados a golpe de porra y los artistas del teatro allí ubicado removidos a golpe de nota. La Concejalía de Cultura busca, como se dice más arriba, «encontrar nuevas aportaciones y valores artísticos». A mucho queda comprometida la concejalía. 

El teatro español -y el Teatro Española guarda ya con inquieta expectación conocer el nombre del sustituto de Miguel Narros, que sin duda será un joven director, imbuido de ideas inéditas y transformadoras. Gustavo Pérez Puig, muy respetable profesional de larga trayectoria y criterios convencionales, amigo personal de Suárez y Sahagún, suena como muy probable candidato al puesto, pero su perfil no responde al esbozado por la propia concejalía.

De todas maneras, como moraleja de carácter más general, preciso es reflexionar sobre los malos tragos que terminan deparando las relaciones demasiado estrechas entre la cultura y el poder. Para evitarlos, lo que se necesita es que crezca la pujanza cultural de la sociedad civil, que la cultura no dependa de concejales y subsecretarios, que el mecenazgo -sin cobros ni pagos de facturas ideológicas- crezca en torno a las fundaciones y las empresas. La política es demasiado seria para dejarla en manos de los políticos. La cultura, no digamos. El ayuntamiento madrileño del centro-derecha ha cometido un acto sectario con el cese de Miguel Narros. Aún peor, un error.

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