Novios para siempre jamás
Patrick y Craig lo tienen claro: han encontrado su media naranja. Se quieren. Dicen que es para siempre. Y quieren casarse. En noviembre pasado lo intentaron. Como hacen numerosas parejas a diario, rellenaron un impreso en el que solicitaban una licencia matrimonial en el Distrito de Columbia. Pero esta pareja no. es «normal». Y se la negaron. La razón del fracaso de su empresa es que los dos tienen el mismo sexo, el masculino.
Por eso, sus esfuerzos por contraer matrimonio civil han sido inútiles. Ellos, sin embargo, prometen que la lucha será dura y larga, porque no van a rendirse -advierten- hasta que hayan conseguido firmar el documento que acredite su unión. Craig Dean y Patrick Gill, de 27 y 23 años respectivamente, han madurado durante cinco años una relación nacida en un bar «gay» del Village neoyorquino. Ahora, desde hace dos, comparten un pequeño apartamento en Dupont Circle, una de las zonas más claramente «gay» de la capital estadounidense, mientras exigen de las autoridades el respeto «legal» a su relación y el derecho a disfrutar de todos los beneficios y a asumir todos los problemas de las parejas casadas.
Quieren ser capaces de decidir sobre el tratamiento médico del otro, en el caso de que éste no pudiera hacerlo, heredar sin necesidad de papeleos adicionales... etcétera. «Un chico y una chica se conocen en una discoteca, se casan al día siguiente y tendrían más derechos de los que Patrick y yo tenemos después de cinco años», se queja, indignado, Craig Dean. Estos dos jóvenes pretenden, asimismo, acelerar el progresivo grado de tolerancia y flexibilidad que la sociedad estadounidense parece estar tomando últimamente con respecto a las numerosas parejas formadas por homosexuales. Desde que el Tribunal Supremo del Estado de Nueva declarara hace dos años que dos hombres que vivieron juntos durante una década eran una familia, un número cada vez mayor de instituciones, tanto públicas como privadas está reconociendo los derechos de los cónyuges del mismo sexo.
La última en hacerlo ha sido el Centro Médico Montefiore, de Nueva York, que reconoce los mismos derechos médicos. para sus trabajadores homosexuales y sus parejas como a los heterosexuales y sus esposas o maridos. El Montefiore require a sus trabajadores «gays» pruebas de que mantienten una relación «similar» a la de las, parejas casadas. Deben demostrar que comparten el mismo domicilio, que son económi camente dependientes el uno del otro y, además, deben firmar un documento en el que declaran que el otro es el «único compañero doméstico».
En cuanto al reconocimiento público, las ciudades de San . Francisco (California) y Minneapolis (Minnesota) permiten a los homosexuales.«registrar» su relación legalmente. Las organizaciones«gays» se quejan de que esto queda aún muy lejos de depararles los beneficios del matrimonio. El caso de Patrick Gill y Craig Dean ha suscitado una enorme polémica en Estados Unidos. La pareja, que ya ha aparecido en los grandes diarios del país así como en los programas de televisión de los popularísimos Oprah Winfrey y Phil Donahue, podría forzar una nueva ley en la capital de la nación que, a su vez, podría reincorporar un nuevo concepto en la realidad americana, el del «same-sex marriage» o el matrimonio entre miembros del mismo sexo.
Craig Dean, un abogado que «curiosamente» fue despedido de su empresa el mismo día que solicitó su licencia matrimonial, lo encuentra absolutamente lógico: «El término "casarse" es una noción cambiante en estado evolutivo». «Hasta hace tres décadas, por ejemplo, el matrimonio sólo se entendía entre parejas de la misma raza, y ahora son comunes las parejas interraciales. Algún día también lo serán los matrimonios del mismo sexo», afirma.
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