Los dioses también conocen su ocaso
Hay, por algunas de estas revistas ilustradas, un enigmático anuncio de un whisky, que reclama la atención con esta frase, quién sabe si tomada de alguna vieja saga islandesa, «¿dónde van las lágrimas de los dioses cuando lloran sobre Escocia?» ¿Qué trompetería, qué fanfarria serían las adecuadas, sacadas de algún «compact disc» de Wagner, acaso de la Deutsche Grammophon, para despedir a un semidiós de 205 centímetros, que ha volado para siempre, y cuyo cuerpo, deprisa, deprisa, aparece roto en mil posturas ensangrentadas en todas las revistas?
Para Tiempo, el que amigos y rivales, juntos, hayan acudido a su entierro, ha sido el último éxito de Fernando Martín, que se mató el primer domingo de diciembre. Amplio espacio, gráfico y literario dedica el semanario a relatar «la verdadera vida de Fernando Martín», y en el que se desmenuza su vida privada, su hijo de seis años, fruto de su relación con la alemana Petra Sonneborn, su romance con Ana García Obregón, «su gran amor», definirá Panorama en su portada.
Pero todo héroe de nuestro tiempo, todo semidiós aupado y mimado por la fama -esa vida a tope sin límite de velocidad, tiene sus pies de barro y algunas revistas se los han fotografiado: ¿a dónde iba el domingo -se pregunta Tiempo- a las 15 horas, si el partido, en el que no iba a jugar, comenzaba a las 18 horas, y por qué en dirección contraria a la que sería la lógica? La pregunta, bastante curiosa si se considera que tres horas antes de un partido cualquier jugador, lesionado o no, circula por la M-30 en cualquier dirección sin que nadie se extrañe por ello, queda sin respuesta. Está escoltada por las fotos, llorosas, de dos mujeres, una, Ana García Obregón, a la que le salió, en aquel triste e improvisado papel de actriz, frase para aplaudir el mutis: «Decidme, que no es verdad»; la otra mujer es Blanca Suelves, a la que las revistas de información general- le adjudican el último romance del semidiós roto -Panorama, por ejemploy las habituales del corazón, con mejor archivo, quizá, Hola y Semana, la hacen novia de Antonio, el hermano.
Detrás de toda muerte heroica -lo enseña la Historia, que es vieja institutriz- siempre hay un héroe anónimo, unas líneas, tan sólo, y eso, si hay suerte, en el álbum de recuerdos de la vida. La prensa lo ha recogido, algo, casi sepultado tras las páginas especiales: Fernando Martín voló llevándose por delante a un ciudadano de a pie, Ricardo Delgado, «la víctima anónima», que le llama Tiempo y al que Interviú emplea de ariete para derribar del pedestal al héroe. Impresionantes las fotos del accidente -en truculencia, en acercar el objetivo a esa vida que se escapa por una hermosa cabeza ensangrentada, rivalizan, esta semana, todas-, que revela Interviú e impresionante el testimonio desgarrador de la mujer de Delgado, que se debatía, a la hora de cerrarse las ediciones de esta semana de las distintas revistas, entre la vida y la muerte (las últimas noticias indican que ha abandonado la Unidad de Cuidados lintensivos). «Al deportista -se queja- le están dando mucha noticia». De ambos seres humanos la revista, en evidente intención, compara álbumes fotográficos: Fernando, Petra, Jan; Ricardo Delgado, su mujer, su hijo.
Vidas paralelas desde el 3 de diciembre, ambas. No se regatean tampoco frases poco lisonjeras, inoportunas para una oración fúnebre: según Interviú «Fernando le dijo a Petra Sonneborn que el niño le estorbaba en su carrera» y según Tiempo, el deportista, cuando supo que su novia alemana estaba embarazada, pensó que donde mejor iba a estar es lejos, en casa de los padres de ella. El resto no incide tanto en el lado negativo del héroe, pero sí resalta su pasión por vivir a tope: para Cambio 16 le podía «la pasión por la velocidad», para Epoca su lema era «deprisa, deprisa» y lo define como un «triunfador nato y un inconformista radical».
En Tribuna ahorran texto y acentúan el testimonio gráfico -lo hemos visto ya, esta semana, en todas las posturas, el vaquero sin una mancha, la cabeza destrozada. Pero la vida sigue, una vez que Fernando Martín fue entenado, en luctuoso blanco y negro en Hola. Y la vida sigue porque en esta revista anuncia Sofía de Habsburgo su enlace, la próxima primavera, con Hugo Windsch-Graetz, gentilhombre del Papa y a quien le será próximamente presentada la novia y se le solicitará su bendición.
A ese Papa que, días atrás, se ha entrevistado, para honor de los que están en el ajo de las profecías de Nostradamus, Malaquías y los videntes de Fátima, con Gorbachov en el Vaticano. En Tiempo, Sebastián Moreno nos pone el alma en un puño anunciándonos el fin del milenio, que quedan pocos papas, y después todos al holocausto final. Ya se sabía que tras el 92 no va a haber nada. Así que qué nos importa que en Lecturas y otras, Camilo Sesto haya celebrado el cumpleaños de Camilín y nos amenace -también él- con que vuelve a la canción, o que Karina, salida del baúl de los recuerdos, renueve su imagen para estas fiestas, o que en Semana Mirta Miller bese a su novio en una genuina góndola veneciana.
Qué importa que las folclóricas y las famosas de segunda -según Tiempo- lloren su caída, porque no les quitan una portada a las nuevas de la jet. Ahora ya nadie da un duro porque Guillermo Furiase le levante la voz a Lolita, y solamente tres millones se ha llevado Marujita Díaz por pasearse con su joven torero -«varias décadas más joven que ella», ay malvada precisión de Roseta Campos, la reportera de Tiempo. Tal vez entre tanto rebato luctuoso, la guinda la ponga Epoca, que en un especial dedicado al buen comer/beber navideño nos advierte que descorchar una botella de cava con ruido, para que se enteren los vecinos, no sólo es una horterada -hay que desenmroscar sigilosa y prudentemente el tapón, sin siquiera un «plop» mitigado-, sino, además, un serio peligro. Precisa: «El tapón sale a una velocidad de 13 metros por segundo y alcanza los 40 kilómetros por hora en menos de una décima de segundo». Ay, maldita velocidad.
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