Himalaya, las montañas de los Dioses

Sus pies no deben tocar nunca el suelo. De ahí que la Kumari de Patan, una de las diosas vivientes más importantes del valle de Katmandú, mire a sus fieles desde un pequeño trono de madera rematado por una serpiente dorada. Tampoco debe hablar. Un sábado por la mañana su mirada, marcada en col negro y labios de carmín, transmite un desinterés total por sus visitantes extranjeros. Cómo culparla. Unika Bajracharya tiene 8 años. Dejará de ser diosa y protectora de los nepalíes cuando alcance la pubertad. No es fácil atisbar a una de las diez kumaris del país del Himalaya. En Patan recibe visitas en determinados momentos a cambio de una ofrenda. De ahí que muchas veces, la primera parada en la también llamada Laliput, o "ciudad de la belleza" en sánscrito, suela ser la casa de la divinidad, identificada con un pequeño letrero.



La bendición de la Kumari deja al viajero trastocado. Pero con pocas horas que lleve en Nepal ya se habrá acostumbrado. Para llegar a Patan hay que cruzar el Bagmati, río sagrado para el hinduismo, donde la gente contempla a diario el rito de la cremación. Sus turbias aguas apenas sirven de frontera física en el maremágnum del valle de Katmandú. Pero en la orilla de Laliput, esa maraña de calles abigarradas y caóticas, ese cúmulo envolvente de exotismo, de pronto se torna más manejable. Patan es más abierta y apacible. Se puede decir que dibuja la cara más bohemia y sofisticada de esta región donde se concentra la mayor parte de la población de Nepal.

Encajado entre la India y el Tíbet, este país puede presumir lo que quiera de montaña, pero es también único en el mundo por la concentración de monumentos declarados Patrimonio de la Humanidad. De todos ellos, el más espectacular es la plaza Durbar de Lalitpur, que hoy, incluso después del terremoto que sufrió en 2015, sigue siendo el conjunto de templos y palacios más valioso y mejor conservado del país. Recuperados del encuentro con la diosa viviente, hay que empezar a devorar Patan por esta plaza de película. "Hasta el siglo XII, esta fue la capital de un reino independiente muy poderoso dominado por los reyes Malla y el lugar donde se agolparon los mejores artesanos del bronce y el metal", explica el guía local Niranjan Raj Joshi.

SANTUARIOS Y PAGODAS

Frente al Palacio Real del siglo XIV, hoy convertido en un museo de arte antiguo, se amontonan los templos y pagodas, cada uno dedicado a una deidad diferente del hinduismo y el budismo, así como estatuas de reyes y encarnaciones de dioses que se posan sobre esbeltas columnas. Uno de los templos más importantes es el Krishna Mandir, esculpido en piedra y coronado por pináculos dorados. Otros como el Bhimsen y el Vishwanath presentan tallas en madera. Hay tres pequeñas estructuras dedicadas a Vishnu construidas en ladrillo. Y llama la atención el templo Krishna por su forma octogonal. Patan es la más vieja del valle y prueba de ello es una fuente del siglo VI que aparece al norte de la plaza. Lástima que los dos pabellones que la custodiaban fueron destruidos en el último terremoto.

Al cóctel religioso hay por supuesto que añadir a sus fieles, con el colorido de sus saris y las ofrendas de flores, el olor a incienso, el murmullo de los mantras…, todo un asalto a los sentidos. Por suerte, una de los características de Patan son sus chowk, los patios a modo de claustros donde sentarse a descansar... y a asimilar. Otra opción son sus muchos cafés y restaurantes, frecuentados por los extranjeros y expatriados, muchos de los cuales eligen esta ciudad para vivir. Por haber hay hasta un garito español regentado por Bibhushan, que vivió diez años en Barcelona y asegura que "el gazpacho le sale muy bueno porque lo hace con la Thermomix". Los nepalíes son gente acogedora y amable que enseguida conquista al viajero.

Patan es además la ciudad más budista del valle. Muchos de sus 55 templos y 136 monasterios son budistas. Muy cerca de la plaza Durban es de obligada visita el Templo Dorado, sin duda uno de los más bellos. Fundado en el siglo XII, debe su nombre al cobre y pan de oro que cubren su fachada.

No hay mejor escaparate del trabajo que han dado fama a los orfebres de la ciudad. En el monasterio viven ocho personas y el primer sacerdote siempre es un niño menor de 12 años. "Cada mes hay un chaval de una familia distinta. Durante esos 30 días el aprendiz de monje se baña pero no puede cambiarse de ropa, así que puedes calcular el tiempo que lleva según lo sucio que lleve el hábito", cuenta Joshi. El monje, sonriente y sin miedo a las fotos, sola lleva una manga puesta. "Necesita un brazo desnudo para hacer las ofrendas", explica el guía. Porque en su estancia en el templo aprenderá todos los ritos budistas, incluida la meditación, tan presente en muchas de las actividades diarias de los nepalíes. Y, curiosamente, importante también para algunos artesanos, como, por ejemplo, los artistas de la tradicional Thanka, esa pintura religiosa de mil colores que se enrolla. "Requiere tal nivel de concentración que los aprendices recurren a la meditación para mantenerse tanto tiempo sentados", afirma nuestro imprescindible guía.

En Patan se tropieza uno con muchos estudios de esta disciplina. También con los mejores orfebres de cuencos del Himalaya, también llamados cuencos cantarines o tibetanos que se utilizan para abrir los chakras. Un paseo por detrás de la plaza Durbar basta para dar con un puñado de talleres que ha recuperado esta tradición y ya exportan a medio mundo. Uno de ellos es el Om Handicrafts, cuyos cuencos ofrecen todas las garantías de calidad. Porque lo primero que se aprende es que no todos los cuencos son iguales. "Los auténticos están compuestos por siete metales", detalla Abhisek en esta tienda, donde se pueden encontrar también los cuencos considerados más valiosos, "creados en noches de luna llena y con una aleación especial".

En resumen, nada que ver con los que se venden en la calle por unas rupias. Como tampoco tiene nada que ver vivir esta ciudad de día que de noche, una experiencia que se pierde la mayoría de los viajeros. Aunque si es porque se dirigen al Anapurna o a otras cumbres míticas del Himalaya están más que excusados.

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