Resultado final de el culto a el cuerpo

El proceso es rápido. La pesadilla nace cuando se despierta en la mente la idea de querer perder peso. Lo que antes no tenía importancia o no las afectaba directamente -que las faldas quedaran apretadas, que las llamaran gordita en el colegio o en casa adquiere el esbozo de lo que será el dibujo de una gran obsesión: estar delgada. Para la doctora Rosa Calvo, del departamento de Psiquiatría de La Paz de Madrid, «la anorexia nerviosa se ha considerado como un síndrome específico cuyos factores esenciales son: una pérdida importante de peso (al menos el 25% del original), la alteración de la imagen corporal y la pérdida de la menstruación». 

Pero antes de sufrir todos estos trastornos fisicos, las anoréxicas padecen problemas mentales que son los verdaderos desencadenantes de la enfermedad. «Yo no quería crecer. Sabía, o por lo menos intuía, lo que todo eso significaba: empezar a decidir por mí misma, a adquirir responsabilidades de todo tipo. Pero lo que realmente me asustaba era la relación sexual», comenta Raquel, una joven de 23 años que padeció anorexia hace cuatro y ahora que ha conseguido vencerla, recuerda con amargura la experiencia. El miedo a alcanzar la madurez corporal es una de las causas principales que predispone a la anorexia nerviosa. Junto a este miedo, se dan otros factores. La existencia de familiares con trastornos afectivos o adicciones, factores genéticos, valores estéticos dominantes, inseguridad y obesidad, son algunos de ellos. 

Pero esta enfermedad es algo más que un conjunto de elementos detectables a primera vista, es un cuadro complejo en el que se entrelazan hechos socioculturales, conductuales, emocionales y cognitivos. La anorexia nerviosa es, en definitiva, «una enfermedad sociopsicobiológica, que no puede entenderse sin la existencia de unos hábitos y valores sociales y culturales propios de esta época. Hábitos que se han convertido en definidores de estereotipos estéticos concernientes al cuerpo, un hecho que constituye la causa, a veces remota, a veces primera, pero siempre presente», según Josep Toro, jefe de sección del Servicio de Psiquiatría infantil y juvenil del Hospital Clínico de Barcelona. Y es que los trastornos del comportamiento digestivo en general (como la bulimia), y la anorexia nerviosa en particular, se están desarrollando de forma alarmante en el mundo occidental.

Es la sociedad de consumo, la marcada competencia y el culto al cuerpo como forma de éxito social lo que hace que, aproximadamente, ya que no existen estudios epidemiológicos, una de cada 300 jóvenes con edades comprendidas entre los 15 y los 25 años la padezcan anualmente. Lo que hace, también, que del 2% al 10% de estas jóvenes mueran. Todo por una exagerada interiorización de pautas sociales. Todo porque su joven voluntad es vulnerable a la perfección de los cuerpos e imágenes que invaden la televisión, el cine o la publicidad. Todo, por una mal entendida feminidad. En los hombres, la incidencia de la enfermedad ha crecido en los últimos año. No obstante, sigue siendo menor en comparación con las mujeres: sólo uno por cada 10 mujeres que la sufren. Con los primeras renuncias empieza el camino del sacrificio. Un camino que sólo las anoréxicas son capaces de recorrer. Mientras que normalmente las personas que se deciden a hacer una dieta no suelen ser capaces de mantenerla durante mucho tiempo, las anoréxicas consiguen lo que nadie soporta. 

Así, pasan de suprimir el pan a las dietas de los libros, de las dietas a dejar de cenar. Y, poco a poco, ese ayuno voluntario al que se someten las va dominando, las va convirtiendo, de forma casi inconsciente, en unas expertas en dietética, en forofas de la alimentación. Preparan platos para toda la familia, pero nunca probarán nada. Su comportamiento, marcado por la extravagancia y el desequilibrio, las llevará a desmenuzar la comida, a esconderla bajo la cama, a creerse saciadas con la mínima cantidad. «Recuerdo -añade Raquel- que en mi casa se ponían histéricos. Mi padre se levantaba de la mesa porque yo sólo quería comer en platos de café. Troceaba todo exageradamente, sin saber muy bien porqué lo hacía. Me llenaba con cualquier cosa, al menos eso era lo que creía y sentía siempre que comía».

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