Poniendo música a la Fórmula 1

Sin el mono de combate, fuera del monoplaza, rejuvenece al extremo. En ropa de sport parece un chaval de instituto, no mucho mayor que los tres muchachos inmigrantes que le abordan en el Paseo de Recoletos reclamándole aparentemente una firma de apoyo a cierta causa desconocida. 

«A ver, ¿para qué es?, ¿os firmo?», responde el piloto, interesado a la carpeta con el bolígrafo, mientras dos de los chicos empiezan a rodearle, mirando a sus bolsillos. «¡Atento, Jaimeeee!», le grita su hermana desde atrás. Éste mira con sorpresa al descubrir, de repente, el riesgo a ser robado mediante la táctica habitual con la que despluman a muchos viandantes en el centro de Madrid. Sale indemne, mejor que la tarde anterior cuando algún pasajero se confundió al llevarse del avión, seguramente por descuido, su golosa chaqueta oficial de Red Bull.

Sorprende descubrir la inocencia en uno de los protagonistas de la elitista y despiadada F1. Lógico en este caso, porque el protagonista subirá el próximo domingo al coche en Bahrein -estreno del Mundial - con el DNI más bisoño de la parrilla. Con 19 años todavía guarda en oro el récord de precocidad en la historia de las carreras, logrado en su debut el pasado año en Hungría. Ha conservado el asiento y, ahora, más tranquilo, está seguro de que puede demostrar su valía. Que si tiene plaza entre los únicos 24 privilegiados que se dedican a conducir Fórmulas 1 en todo el planeta, será por algo.

Jaime, sin casco, en la calle, gana. Ojo, Jaime, no Jaume, según insiste. Catalán y español orgulloso, remarca, como explican sus dos banderas en el cinturón del uniforme. Sin malos rollos contra nadie, pero con las ideas (de todo tipo) bastante claras. Más natural, más fresco, lejos del papel de piloto que se gasta en el paddock. Un aspirante a veinteañero políglota que introduce palabras en inglés tanto para hablar con DXT de coches como de música. Piloto DJ, loco por la electrónica aunque hasta hace poco no tuviera la edad necesaria para entrar en las discotecas. «Si no me dedicara al motor, estaría por ahí pinchando», reconoce.

Cuando Alguersuari rompe a hablar de estilos los neófitos casi requieren de un intérprete. Dice que los suyo es el Deep House y «el rollo underground», admira al productor Dennis Ferrer, respeta aunque no comparte la bis comercial de David Guetta y recomienda un par de fiestas como la Defected o la House Mafia, ambas en Pacha, ambas en Ibiza, isla del despertar, también para él. «Teníamos una casa y en verano allí mis amigos mayores sólo hablaban de música, de disc-jockeys famosos, de todo eso... Y yo al principio decía 'qué rollo', hasta que lo descubrí. Ahora no puedo parar». Del desprecio a la entrega, a pinchar en festivales techno o pasarelas de moda, como en la última Cibeles, y compartir cabina con el madrileño Wally López, amigo y uno de los DJ referencia del momento en el circuito, habitual en el Space de la isla, a más de 10.000 euros la función.

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