Brigitte Bardot refugiada en los animales

La señorita Brigitte Bardot, la musa de mi generación (muy superior en todo a Marilyn, aquel perrito caliente) ha presentado una denuncia contra España, en el sitio ése donde se presentan las cosas, porque su ecologismo no tolera las corridas de toros ni el trato que aquí les damos a los animales en general, mayormente por el Cristo. BB, después de haber conocido tantos hombres, comprendió que una buena amistad sólo se puede tener con una foca. Uno, después de haber conocido algo a las mujeres, piensa lo mismo, sólo que cambiando la foca por un gato o una cabra. Los ángeles están diseñados por la teología a imagen y semejanza de las aves.

Amo las plurales familias de urracas y otros pájaros que viven en mi dacha. Hay ecologistas españoles, en Estrasburgo, que todavía quieren racionalizar la fiesta de los toros mediante la tradición cultural, Creta y todos esos tópicos. Pero los toros, para qué vamos a engañarnos, querido Manolo Vicent, son indefendibles/impresentables. Pues claro que tienen su literatura. Los nazis también quedan muy literarios en las películas, pero incrementaron notablemente la industria del jabón con varias millentas de judíos.

Supongo a la Bardot, mi gran dama, enterada de que los toros, en España, no son sólo los toros, sino los verracos de pueblo, las cabras, los nobles y pensativos burros, todos los animales que hacen de buco emisario en la vieja tribu ibérica, allá por el Cristo o la Virgen de Agosto. Claro que peor es cuando de los animales pasamos a las personas, como don Luis Yáñez, de quien me ocupé aquí el otro día, y que es la cabra de paisano que ahora tiramos desde la torre todas las semanas. En mi reciente ensayo «Del 98 a Don Juan Carlos», estudio la contraposición casticismo/europeidad, permanente en España, y que llega a su éxtasis con la guerra civil, que ganaron los casticistas, claro. Aquí, la europeidad ha dado a don Manuel Azaña, el socialismo con botines de Besteiro y la generación del 27. El casticismo ha dado a Unamuno; Franco y las corridas de toros. 

El día que perdimos las colonias, en el 98, mientras el alcalde de Madrid, Alberto Aguilera, Aguilerón, arengaba al personal desde su balconada, el gentío se iba a los toros. Los toros, señora BB, mi gran dama, no son sólo la gran ordalía de la crueldad ignorante y nacional, sino que el coso, el ruedo ibérico, es también el refugio cobarde, la concha del caracol o de la tortuga en que nos metemos a dormir el sueño invernal de nuestro casticismo cuando las cosas vienen mal dadas. Quitando los toros, cosa imposible, doña BB, mi gran señora, no sólo redimiríamos a ese bello y romántico animal que es el toro, siempre enamorado de la luna, pero quitaríamos la ocasión de arregosto y cobardía de todo un pueblo que se explica a sí mismo, frente al mundo, tras una buena faena de Joselito, que siempre hay un Joselito en la fiesta.

La España bárbara e irracional, la España de los gafes y las cabras despeñadas y los toros crucificados, es algo que no ha extinguido la democracia ni el Tren de Alta Velocidad Española. Sólo le diré a usted, señora, que hasta tenemos un monte que se llama Despeñaperros. Si habrá amor a los bichos en este país. Esperamos que prospere su denuncia, doña BB, aunque me temo que no. ¿Tenemos corridas de toros porque somos primitivos y violentos o somos primitivos y violentos porque tenemos corridas de toros? A estas alturas ya da igual. La fiesta siempre está en crisis y decadencia, pero el espíritu de la fiesta, la barbarie peninsular, permanece ahí, soluble en nuestra idiosincrasia. España es un país que tiene arzobispos que parecen matadores y matadores que parecen generales. Todos ellos son uno y lo mismo. Josefina Baker se refugió en los niños, BB en las focas y yo en los gatos. El astado insoportable, ya, es el hombre.

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