La historia de los blusones negros
Una «recua» de bandidos recorre las calles de Arganda del Rey. En el «saloon» y en el pueblo se les temía. Ahora se huele en el ambiente el «wanted», el «se busca» que ha lanzando la Delegación del Gobierno contra los blusones negros, una banda de jóvenes que se dedican en sus ratos libres a molestar y agredir a todo aquel que se les pone delante. Pandilleros del «Bronx», los «kunfús» de San Blas forman parte de la mitología barrriobajera.
Sin embargo, los blusones negros son, desde hace tres años, la camisa del miedo con la que se «visten» todos los días los vecinos de Arganda del Rey. Un grupo de 34 individuos -más o menos organizado, con una edad comprendida entre 19 y 30 años, está atemorizando a los lugareños.
Esto sólo sería un pésimo simulacro de los matones del barrio si entre sus huestes no se encontrasen algunos profesores de kárate y personal de seguridad de la discoteca «Mat» del grupo Aire.
Esto sólo sería un pésimo simulacro de los matones del barrio si entre sus huestes no se encontrasen algunos profesores de kárate y personal de seguridad de la discoteca «Mat» del grupo Aire.
No todos los blusones son igual de agresivos. Los más conflictivos son ocho muchachotes que «no salen de los gimnasios» y los susodichos karatecas y «miembros de seguridad». Estos ocho individuos funcionan aisladamente durante todo el año. El resto de los blusones -el apoyo logístico que jalea las bravatas de los «matones»- sólo participa durante las fiestas del pueblo y de los alrededores. Por lo demás son personas «corrientes y molientes».
Electricistas, empleados y hasta algún que otro guardia civil forastero que se integró sin saber lo que se le venía encima y al que sus superiores obligaron a dejarlo. Tras su última proeza, Arganda se ha hartado. Entre algunos vecinos se comenta en voz baja que deberían formarse grupos de autodefensa para acabar con esa «panda» de matones. «Darles su propio jarabe de palo». La corporación municipal en pleno ha remitido ala delegada del Gobierno, Ana Tutor, fotografias, vídeos y los nombres de los blusones negros. Asimismo, han pedido a Tutor sanciones gubernativas y «que se haga una investigación por su configuración de grupo organizado», dice Pedro Díez, concejal y vicepresidente de la Asamblea de Madrid.
También han decidido denunciarlos ante la Federación de Kárate por utilizar los conocimientos de este arte marcial de defensa para atacar, cuando las normas del kárate especifican que emplearlo de esta manera significa la expulsión de la federación. Los blusones negros vieron la luz en 1987. En sus orígenes eran doce individuos vestidos con el blusón negro del abuelo que salieron rebotados de las peñas taurinas por sus actitudes violentas. Así formaron esta pseudopeña taurina -sin legalizar- y se dedicaron a «recortar los toros» en las capeas (correr delante del toro y driblarlo). Su «fama» se ha extendido allende las fronteras comarcales.
En pueblos como Morata de Tajuña «la tienen jurada». En Arganda se comenta que están preparados, armados de palos y hasta cachiporras, para defenderse si los blusones optan por la invasión. Los blusones negros comenzaron haciendo pequeñas trastadas, continuaron con las gamberradas y terminaron con las palizas. Aunque algunos vecinos les apoyan, se les ve como la reencarnación de los «machos del pueblo», de la bravuconería de los mozos de antaño. Cambian las señales de tráfico, provocando el caos porque todos los coches van a parar a un mismo punto, a la plaza. «Los forasteros guardan "buen" recuerdo del pueblo porque, el día que a éstos se les cruzan los cables, los conductores se pasan horas intentando salir de la plaza», cuenta un agente municipal.
En 1988 comenzaron a dar que hablar cuando el decidió suspender una capea nocturna. Ellos hicieron notar su descontento durante el concierto de rock a «broncazo limpio». Ante las frecuentes agresiones, se pone en conocimiento de Ana Tutor el problema. 1989. Lo que más les divierte es rodear a un vecino, una mujer o a un concejal, da lo mismo lo que sea, y comenzar a insultarle. Y si llega el caso, golpearle o palparle las posaderas. Pero nadie les denuncia por temor a que cumplan sus amenazas. 1990. Mientras un miembro de la Cofradía de la Virgen de la Soledad «loa» sus hazañas, los blusones en pleno mueven la mano con un gesto inconfundible de «os vamos a dar» dedicado a la corporación municipal.
Ese mismo año golpean en Morata de Tajuña al propietario del mesón «Las Tinajas». El problema se agrava y dos guardias civiles, francos de servicio, son golpeados en una discoteca. Dos días después de la tormenta, la mayoría de los blusones negros agachan la cabeza y cuentan que en el café algunos blusones decían: «Si hemos hecho algo, digo yo que lo tendremos que pagar». Mientras, un «wanted» pende sobre sus cabezas.
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