Matar zorros para vestir a zorras

Hasta hace poco, las usuarias de los abrigos de visón mantenían erguida la barbilla y caminaban por la Quinta Avenida sin mirar hacia atrás: Su paseo era un show de orgullo. Ahora la situación ha dado la vuelta. Muchas de ellas no pueden separar la vista de las suelas de los zapatos y se esconden en cuanto pueden. Les chillan. «Queremos que la gente que vista con pieles de lujo sienta vergüenza cuando entre a comer en un restaurante. Comprar visón es obsceno, cruel y arcaico», asegura Bob Barker, un popular presentador de televisión norteamericano. Barker es, además, un activista de Trans-Species Unlimited, una organización que lucha por los derechos de los animales. La situación está adquiriendo unos tintes melodramáticos tan exagerados como justificados. «Es un signo de terrorismo. A la gente ya le da miedo ponerse sus abrigos de piel por lo que pueda ocurrirles en la calle», cuenta Nicholas Benson, un peletero del Estado de Washington.



Y es que las connotaciones que desprenden las pieles caras están transformándose a una velocidad realmente sorprendente. Antes era poco menos que un lujo, símbolo inequívoco de un estatus social y económico más que digno al que pocas mujeres podían aspirar. Ahora, llevar un visón sobre el cuerpo es un vestigio sádico que refleja la falta de piedad y buenos sentimientos de sus malvados usuarios. Es la guerra. Y, de momento, los ecologistas parecen estar perdiendo su última batalla. Sus enemigos son esta vez los fabricantes de abrigos de pieles, cuyos «lobbies» todavía son uno de los más poderosos. En Aspen, Colorado, paraíso da esquiadores e infierno de visones, los defensores de los derechos de los animales han perdido su oportunidad de convertir a la ciudad en el primer lugar de Estados Unidos donde está prohibido vender un abrigo de pieles. Los 3.700 votantes de este diminuto centro de esquí consiguieron salvar una especie en vías de extinción, la de los peleteros, por 1.701 votos a 898. «Me alegro de que hayan perdido, porque son unos histéricos. Prohibir la venta de pieles, ¿A quién se le ocurre?», pregunta John More, un neoyorquino que con frecuencia viaja a Aspen para practicar el esquí. Ni siquiera la fuerza del alcalde de la ciudad, Bill Stirling, y su esposa, Katharine Thalverg, fundadora de la Sociedad de los Derechos de los Animales de Aspen, lograron hacer historia con este insólito referéndum. Stirling, que intentaba convencer a sus votantes diciéndoles que la comunidad «no desea enriquecerse gracias a la crueldad con los animales», ha perdido la votación. Pero, con el sufragio, ha conseguido sentar un precedente a partir del cual las asociaciones de ecologistas empezarán, dicen, la verdadera batalla en favor de los visones y en contra de sus vendedores y compradores.

Un abrigo de visón cuesta mucho dinero y la muerte de medio centenar de estos mamíferos carnívoros y graciosos, similares a la nutria. Los visones, en algunos lugares de Aspen no sólo se cazan, sino que se crían, engordan y matan. Algunas organizaciones estiman que cada año alrededor de setenta mllones de visones llegan a ser sacrificados para conformar el gusto de las élites económicas internacionales. En noviembre se celebró en 90 ciudades estadounidenses el cuarto «fur-free friday», día en que los grupos que protestan por la venta de pieles se lanzan a la calle. A veces, con demasiada vehemencia, como en varias ciudades de Florida, donde algunos incontrolados arrasaron las tiendas donde había abrigos de pieles a la venta. En Nueva York, otros se divirtieron pulverizando con sus «sprays» de pintura los abrigos de las pudientes damas que los sacaban a pasear.

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