Los mejores zapatos son los ingleses
Dejó pronto la escuela (lo echaron a los 15 años). Sin saber bien por qué (y en ausencia de otra vocación más clara), decidió hacer de su afición, oficio. «Seré diseñador de calzado», se dijo, sin conocer a ciencia cierta si esa profesión existía. Se formó con las bailarinas del cabaré Folies Bergère de París y, más tarde, junto a los grandes: Charles Jourdan y Roger Vivier. Hoy, Christian Louboutin (París, 1964) es uno de los maestros indiscutibles del calzado femenino. Antes, diseñó jardines en su ciudad natal y en Nueva York y trabajó como arquitecto de interiores. Aún se implica personalmente en la decoración de sus tiendas.
«Procuro reflejar el espíritu de la ciudad en su interior. La boutique de Los Ángeles recuerda un estudio de cine de Hollywood, por ejemplo. En Madrid, nos hemos inspirado en los bordados y en la rosa. Esta flor, en gran formato, decora las paredes. Luego están las ya características celdas que acogen los zapatos, que en mi primer establecimiento en España se han transformado en cuevas. Reproducen los arcos de los cuadros de Giorgio de Chirico, también un palomar o muchos nidos juntos.
Cada zapato espera ahí su oportunidad de emprender el vuelo en compañía de la mujer que lo quiera», evoca en su taller parisino, que hace las veces de boutique y gabinete de prensa. «Cada establecimiento tiene la oferta adecuada a su público. En los países asiáticos, la piel de serpiente no gusta porque la asocian a un animal desagradable, que se arrastra por el suelo. Y en las ciudades húmedas, el lino se percibe como una textura que se pudre y desprende un olor poco agradable. El concepto de lujo no es uniforme», prosigue el diseñador, que vende 340.000 pares de zapatos al año en los 50 países donde su emblemática suela roja pisa fuerte.
Antes de establecerse en solitario, Louboutin trabajó para Dior, Chanel e Yves Saint Laurent. En 1991, compró un pequeño local y decidió lanzar su propia marca. Al ver terminados sus primeros modelos, le disgustó el color negro de la suela: «Les faltaba vida», recuerda. Con una laca de uñas de Chanel, préstamo de una amiga, pintó una de rojo. Desde entonces, todas sus suelas son de ese color. Es su firma, su sello inconfundible, que tiene registrado. Y funciona: sus diseños se reconocen de inmediato. Al subir una escalera, al cruzar una pierna, al salir de un coche. La suela no es, en absoluto, la parte menos noble del zapato; al revés, acompaña la excelencia de toda la pieza. De ahí la necesidad de usarlos con cuidado, de mimarlos… y de comprar un par nuevo cuando se gasta la superficie encarnada, una de sus ideas magistrales.
Auténticos objetos de deseo, sus creaciones son piezas fetichistas que han cautivado a estrellas, testas coronadas y mujeres pudientes de todo el mundo. Algunas, fieles a un modelo, lo adquieren aunque no lo tengan en su número, sabiendo que nunca podrán calzarlos. El deseo es incontenible y los pagan con alegría, sólo por tenerlos en el armario, mirarlos y acariciarlos, cuenta su autor. Con los años, Louboutin ha desarrollado su propia psicología del alma y de los pies (calzados) femeninos. «Lo primero que observo de una persona es su rostro. A menudo creo adivinar el tipo de zapato que lleva. Las mujeres se dividen en dos grupos, según la importancia que le den al calzado», revela.
La mujer que se sube a unos Louboutin puede ser joven o no tanto, rica o caprichosa. Ambiciosa o seductora, casi siempre elegante, con certeza sofisticada. Atenta, en todo caso, a la importancia de los símbolos. Carolina de Mónaco, Catherine Deneuve. Dita Von Teese, Jennifer Lopez. Kylie Minogue, Oprah Winfrey, Madonna, Nicole Kidman, Kate Moss o Sarah Jessica son algunas de sus más fieles seguidoras, responsables, en gran medida, del éxito de la marca al exhibirla sobre la alfombra roja. «Puede que me presenten a una mujer y me sugiera un modelo. Pero la inspiración suele llegarme a través de una conversación, de un cuadro o de una película. Nunca tengo en mente las categorías sociales o profesionales para las que fabrico», concede.
Louboutin comprendió pronto la importancia de la arquitectura del zapato, de su construcción e ingeniería. El dominio de la técnica le condujo a superar los 12 centímetros de tacón (sin que protestaran sus fans, sino al contrario), pero es precisamente en la decoración donde se muestra más prolífico. Incorpora a sus diseños lazos de satén y ornamentos de lencería. Plumas, hebillas, cristales, joyas. No hay material que se le resista. ¿Qué piensa de los populares zuecos de plástico? «Me parecen feos. Muy feos», reconoce.
Como le enseñó Roger Vivier, conserva «una idea fantástica del calzado como elemento estético, accesorio presente si falta pero capaz de pasar desapercibido en beneficio de un halo de misterio». En ese juego entre lo visible y lo invisible, su creador es una suerte de mago cuya quimera se opera sobre el cuerpo femenino. «El zapato tiene que estar al servicio de la mujer. No se trata de que nadie se lance maravillado sobre sus pies. Es ella la que debe brillar, y el zapato adaptarse como un guante a su anatomía como un elemento que define y completa una bella silueta sin cobrar excesivo protagonismo. Para mí, un buen zapato es capaz de desaparecer para dejarse ver en tanto que complementa la belleza de la mujer que lo lleva.» ¿Qué se calza Monsieur Louboutin? «Me obsesionan los zapatos completamente nuevos. No soy como muchos hombres, orgullosos de sus viejos zapatos, con los que han pasado los años y compartido vivencias, la suela gastada, el cuero reblandecido y mil veces encerado… Prefiero los zapatos a estrenar. Una vez que he utilizado un par y se nota que han sido usados, pasan automáticamente a la categoría de calzado de calle. Me los pongo, me siguen gustando… pero pierden la magia. Suelo comprar zapatos ingleses. Tengo una colección enorme.»
«EL ZAPATO IDEAL ES INVISIBLE. SÓLO SE HACE NOTAR PARA REALZAR LA BELLEZA.»
«ME OBSESIONAN LOS ZAPATOS NUEVOS Y COLECCIONO MODELOS INGLESES.»
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