Los chips nipones en auge

Los japoneses ya no se conforman con esperar a ver cómo se hunden las empresas occidentales. Ahora las compran sin miramientos. ¿Cuánto pide? ¿Setecientos millones de libras? Tómelas y váyase. Eso fue lo que pagó Fujitsu por ICL, la mayor empresa británica de informática. La operación pilló en tirantes al presidente de STC, propietaria de ICL.

«Nadie hubiera podido predecir este acontecimiento hace unos meses», dijo Arthur Walsh. Los japoneses no inventaron la rueda, pero ahora son los reyes del asfalto. Tampoco inventaron los coches, y media América es suya. El primer ordenador no fue una idea nipona, pero han acampado holgadamente en el segmento de los portátiles, y ahora, con la compra de ICL, se han convertido en la segunda empresa del mundo de ordenadores. Los cronistas de negocios han calificado esta operación de «audaz».

«Es un hecho sin precedentes pues en este sector están habituados a las colaboraciones tecnológicas y a los joint-ventures», decía un corresponsal de France Presse. Todavía no se conoce ni se conocerá el gesto que puso John Akers, presidente de IBM, cuando supo que los orientales ya les están pisando los talones. Y lo peor es que en esta carrera los japoneses no pierden ni el resuello. En el último ejercicio las ventas de Fujitsu crecieron un 6,7% y los beneficios un 9,6% (ganaron 113.000 millones de pesetas). IBM sigue siendo la número uno, pero el esfuerzo le está costando un ojo de la cara. Ha tenido que emprender un plan de reestructuración que le va a costar 2.400 millones de dólares y que hará crecer las colas de las oficinas de empleo de EEUU en 10.000 personas. En 1985 tenía el 32% del mercado de ordenadores y hoy tiene el 24%.

Y todo porque los sesudos japoneses tienen la manía de arrasar con lo que les ponga por delante cuando declaran que un sector es «estratégico». En 1960 el Ministerio de Comercio Internacional e Industria de Japón (conocido por las siglas MITI, que ya se temen en Occidente), tuvo la feliz occurencia de declarar al sector informático como «estratégico». Por aquel entonces los japoneses sólo fabricaban aparatos de radio, y hacían modestos intentos para fabricar ordenadores.

El dedo del MITI seleccionó a los afortunados que se lanzarían a producir ordenadores y componentes como si fueran «sushis»: Fujitsu, Hitachi, NEC, Toshiba, Mitsubishi y Oki. Con empuje de bizarros kamikazes esas firmas comenzaron su lento pero seguro ascenso en el mundo del bip-bip. Lento y seguro; ese es su lema, o podría serlo porque las empresas japonesas son capaces de esperar una o dos generaciones sin beneficios con tal de morder cuota de mercado. Sus afinados precios (a veces incurriendo en dumping, pero «el negocio es el negocio»), sus incursiones repentinas pero irrefrenables y, sobre todo, la calidad de sus productos, han convencido hasta a los regateadores más duros. Donde los japoneses asientan sus posaderas, se convierten en «daimyos», en señores feudales. Mientras los amarillos alzan sus brazos para gritar victoria, los europeos los alzan paró suplicar piedad.

Philips ha depuesto a su presidente Van der Klugt por hacerles perder tiempo, y por haber reducido los beneficios hasta los 300 millones de pesetas. A la italiana Olivetti no le salva ni la moda porque atraviesa por una crisis que, según Carlo De Benedetti, se debe «al desastroso cambio de la lira». Nixdorf, a pesar de ser tan alemana como las salchichas de Frankfurt, se ha dejado caer con goce germanooriental en brazos de Siemens para maquillar sus inmaquillables pérdidas de 30.000 millones de pesetas. Y el verdoso árbol de Bull se ha amustiado porque los frutos del último semestre fueron unas pérdidas de 1.880 millones de francos. Las japoneses, tan diplomáticos siempre, anunciaron la compra de ICL como un «gran acuerdo».

No mentían. Estaban de acuerdo en el precio, pero más que una colaboración, lo de ICL ha sido una embestida. Los sabuesos de Bull ya se olían la tostada e intentaron por todos los medios convencer a ICL para que no cediera ante los encantos de Japón. Incluso propusieron a los británicos colaborar mutuamente -«ayudarse» - , y para ello contaban con el placet del «signore» Filippo Pandolfi, comisario europeo para la tecnología. Imposible: los japoneses compraron ICL e hicieron una muesca más en sus katanas.

Pero ICL no se va a quedar en una simple adquisición. Fujitsu ha prometido que ICL se va a convertir en el centro neurálgico de un «gran grupo de comunicaciones con sede en Europa». Por ahí se empieza. La gran preocupación de las empresas japonesas desde que se viene anunciando con sonido de pífanos el Mercado Común, es colarse en ese zoco. A veces les dejan y a veces no. Su táctica consiste en instalar en Europa fábricas de ensamblado que se nutren en su mayoría de maquinaria fabricada en Japón. Pero la CE exige que para que un producto sea tan europeo como Juana de Arco no debe vestirse como la heroína sino serlo. Más de una vez la CE ha impuesto multas a las compañías japonesas por incumplir este requisito.

Estas reaccionan aumentando el número de componentes industriales fabricados en Europa, algo que muchas veces es difícil de determinar. Pero a la chita callando, algo muy japonés, las Fujitsu, Toshibas y NECs se están haciendo un sitio en el mercado europeo de informática y de los conductores. Antes de ICL, los japoneses se engulleron un melocotón, cuya traducción en inglés era el nombre de otra empresa de informática: Apricot. En este caso, el comprador fue Mitsubishi, uno de los seis samurais escogidos por el MlTI para entronizarse en la informática. Por no perdonar, los japoneses no han perdonado ni al país que inventó el ordenador. A principios de los setenta Fujitsu compró Amdahl, una de las empresas de investigación más cotizadas del otrora idílico valle del chip. Pero no todo sos galernas contra la industria occidental. Compaq, una empresa americana que tiene poco años de vida, ha crecido un 24% en Europa en el segundo trimestre.

Apple duplicó sus ventas en España y en el resto del mundo creció un 30%, con unos beneficios también en alza. Además, ahora que pueden, los occidentales quieren meter el diente al mercado nipón. Es el segundo mayor del mundo, con un consumo de 40.000 millones de dólares en ordenadores. IBM Japón tiene el 24,4% del mercado de ordenadores centrales, justo detrás de Fujitsu. ¿Que cómo lo ha logrado? «Ha empleado una estrategia típicamente japonesa», dice un analista japonés. «No atacaron por el frente, sino que tantearon pacientemente los puntos débiles de su enemigo hasta que lo rodearon por completo».

Uno de los puntos débiles de la industria informática japonesa es su nacionalismo. Cuentan con ingentes cantidades de capital para realizar inversiones, pero utilizan cerebros japoneses. En cambio, los fabricantes occidentales, IBM es el mejor ejemplo, fichan los cerebros allá donde brillen. Los ponen a trabajar en sus múltiples centros de investigación repartidos por todo el globo. La Investigación y Desarrollo es a la vez la lluvia y la tempestad de las empresas de informática. Las innovaciones permiten ganar ventaja sobre la competencia, pero son muy costosas.

Lo peor es que los avances son copiados y fabricados con diligencia industrial. «Fabricar un ordenador es muy fácil: compras una placa en Taiwan, un monitor en Japón, y lo ensamblas en un país con mano de obra barata», dice Jaime Núñez, de Mac Service. Hasta ahora, la gran batalla del chip se ha librado en Estados Unidos y en Europa. Ahora, el próximo frente se llama Japón, que -paradojas del destino-, puede ser el último cartucho de Occidente. «Emigrate or evaporate», decía un ejecutivo americano. Esa es la divisa: instalarse en otro país, o desaparecer.

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