Una eminencia murió con Spanair

Ya a medianoche, Soriano contactó con Pastor para ponerse a su «disposición», según fuentes cercanas al ministerio. En esta segunda conversación, la ministra contestó al presidente de Spanair con un contundente: «Atienda usted a sus pasajeros». Probablemente, fue el peor momento de la vida profesional de un empresario que hasta entonces había estado repleta de éxito.

Su historia empezó hace casi 20 años, cuando un grupo de jóvenes emprendedores, recién licenciados en Esade, se liaron la manta a la cabeza para lanzarse de lleno al entonces desconocido mundo de la tecnología. Corría 1993 cuando Soriano, junto con unos compañeros de carrera, crearon la consultoría de telecomunicaciones Cluster. Siete años después, en plena burbuja tecnológica, la compañía valía su peso en oro. Literalmente, porque la norteamericana Diamond la compró por la friolera de 930 millones de dólares. Soriano y sus socios se hicieron inmensamente ricos de la noche a la mañana. Sólo tenían 33 años.

Demasiado jóvenes e inteligentes para vivir un retiro dorado buscaron algo que hacer y en 2003 fueron a parar a un Barça que no atravesaba por su mejor momento. Los ex Cluster entraron en el club catapultando a Joan Laporta a la presidencia. Soriano se convirtió en el vicepresidente económico y consiguió lo que parecía imposible: sanear las cuentas del equipo y sentar las bases para convertirlo en lo que es hoy, el primer club de fútbol del mundo.

Pero no todo fue perfecto. La excelente relación con Laporta durante su primer mandato comenzó a deteriorarse en el segundo, cuando el presidente del Barça se convirtió en un personaje público bastante controvertido, un hombre con ganas de notoriedad que se bajó los pantalones en un aeropuerto sin ningún pudor. Las cosas acabaron mal para este equipo de emprendedores.

Un socio presentó una moción de censura contra Laporta, quien la ganó por los pelos. Soriano y sus amigos, ante lo ajustado del resultado, decidieron dejar la dirección del club por dignidad. En su horizonte estaban las siguientes elecciones a la presidencia del Barcelona. Laporta había introducido un límite de dos mandatos. Así que tenía que dejar su cargo en 2010. Soriano se perfilaba como su sucesor natural. Aun así, seguía siendo demasiado joven y demasiado inteligente para permanecer con los brazos cruzados.

Además, en sus aspiraciones a la presidencia del Barça había aparecido un nuevo personaje, Sandro Rosell, que poco a poco iba ganando posiciones para hacerse con el codiciado cargo. Soriano necesitaba proyección pública para que los socios del club no le olvidaran. Y justo en ese momento tuvo una oferta: la de la aerolínea Spanair.

La compañía aérea, perteneciente al grupo escandinavo SAS, atravesaba una crisis prácticamente insalvable. Arrastraba una deuda de 463 millones y tenía que hacer frente a un accidente aéreo que se había cobrado 154 vidas. Paralelamente, un grupo de empresarios catalanistas, pero sin afiliación política definida y agrupados bajo las siglas de FemCat, se hacía la eterna pregunta: ¿por qué no puede Barcelona estar conectada de forma directa con el resto del mundo? Y, por primera vez, daban con una posible respuesta: si Cataluña tuviera una línea aérea propia, el aeropuerto de El Prat se convertiría en el ansiado hub, esto es, un centro de conexiones de vuelos.

Los de FemCat hicieron pública su idea, se la expusieron al entonces presidente catalán, José Montilla, y se salieron con la suya. Con la ayuda de algunas instituciones públicas, como la Fira y Turismo de Barcelona, los empresarios compraron la ruinosa Spanair por un euro, aunque con el compromiso de que pagarían una deuda de 157 millones de euros a SAS cuando la compañía entrase en beneficios.

La aerolínea tenía que retomar el vuelo, ahora desde su nueva sede en Barcelona. Para conseguir que volviera a despegar se necesitaba a un buen gestor. Al mejor gestor. Así que el entonces consejero de Economía, el socialista Antoni Castells, fue a buscar a Ferrán Soriano.

«Nunca hemos entendido por qué aceptó ese reto, Spanair era un pozo sin fondo y todo el mundo lo sabía», explican empresarios del entorno de Soriano. ¿Por qué dio Soriano el sí? Hay varios factores. Uno, personal. La necesidad de tener una tarea entre manos y una plataforma pública de cara a sus ambiciones futbolísticas. Otro, patriótico. El deseo de ver a Barcelona pintada en el mapa aeroportuario mundial. Y otro, profesional. El reto de luchar por conseguir algo que parecía casi imposible, sacar a una empresa de la ruina y devolverle la rentabilidad.

Si lo hubiera conseguido, Soriano sería hoy el mejor candidato para sustituir a Rosell, quien al final se hizo con la presidencia del Barça.

Pero en aquel momento el fracaso no parecía tan cantado, sobre todo, porque Soriano no iba a lanzarse sólo a esta peligrosa aventura. Contaba con tres apoyos que, en principio, debían allanarle el camino: el político, el empresarial y, supuestamente, el financiero. Pero en la práctica nada era de color de rosa.

El informe que una consultora había elaborado para la Generalitat garantizando la viabilidad de la compañía resultó poco riguroso. Aunque los políticos aseguraban que La Caixa respaldaría a Spanair como Caja Madrid había apoyado a Iberia, el poder financiero no estaba tan a favor del proyecto como se decía desde la Generalitat.

De hecho, La Caixa nunca lo vio claro y así se lo hizo saber a Soriano desde un principio. Para colmo, las aportaciones de los empresarios fueron limitadas, pues en época de crisis el sector aéreo no es el más recomendable para invertir.

Todo esto ocurría en abril de 2009. Tres años después, la aerolínea ha dejado de operar de la noche a la mañana, 83.000 pasajeros se quedaron colgados sin previo aviso el pasado fin de semana, 2.604 empleados están en la calle. Spanair está en concurso de acreedores con un pasivo de 474 millones de euros, pese a haber recibido 140 millones de ayudas públicas directas en poco menos de tres años.

¿Qué ha fallado? La situación de la compañía era crítica desde el principio. A esa debilidad se sumó la crisis, que no ha hecho más que acrecentarse desde que Spanair cambió de manos. Pero no toda la culpa es de factores externos. También ha habido errores de gestión. Spanair, según explican los expertos, es una aerolínea de corte tradicional que, sin embargo, operó como una de low cost. Las cuentas no le podían salir cuando competía con Ryanair y Vueling, nacidas ya con la filosofía del abaratamiento de costes.

También hubo fallos en la política comercial. Soriano se rodeó de un equipo procedente del low cost, que no acabó de encajar con la idiosincrasia de la compañía. «Se abrían rutas nuevas con unas frecuencias determinadas, pero si los aviones no se llenaban, se cambiaban las frecuencias sin previo aviso, lo que no ayudaba a fidelizar al cliente», añaden las mismas fuentes.

Y pese a todos estos contratiempos, pese a tener el viento en contra, Soriano estuvo a punto de salvar a Spanair. Así lo aseguran fuentes muy cercanas al presidente de la aerolínea. La tabla de salvación, que al final naufragó, tiene nombre: Qatar Airways. Pero el entorno de Soriano culpa a Vueling - filial de Iberia- y Ryanair de torpedear la operación.

Soriano intentó cerrar un trato con Qatar el pasado diciembre. Los cataríes estaban dispuestos a comprar Spanair y a hacer de la empresa una aerolínea intercontinental. Sin embargo, no se fiaban del control político que la Generalitat ejercía sobre la compañía, ni de la cada vez más degradada situación económica de Cataluña y de España. De hecho, pudieron exigir garantías para compensar posibles pérdidas.

Aunque el consejero de Economía catalán, Andreu Mas-Colell, dijo que el trato «nunca estuvo cerca», lo cierto es que la compañía presentó un plan detallado a la Agencia Estatal de Seguridad Aérea sobre su operación con Qatar el pasado mes de noviembre. Los allegados a Soriano insisten en que era cosa hecha. Sólo faltaba firmar.

El pasado 24 de enero, Vueling y Ryanair denunciaron ante el Tribunal Europeo de Competencia las ayudas supuestamente ilegales que recibía Spanair de la administración catalana. Había un antecedente reciente de una línea turca a la que Bruselas obligó a devolver las ayudas públicas que recibió. Qatar se veía capaz de quedarse con una compañía en la ruina, pero no de hacer frente a la devolución de los 140 millones de euros que ésta había recibido de la Generalitat y del Ayuntamiento de Barcelona.

El pasado 27 de enero, Qatar se echó atrás y rompió el preacuerdo que tenía con Soriano. Al mismo tiempo, la Generalitat catalana anunció que no habría más dinero público para Spanair. El Gobierno de Artur Mas dejó caer a la aerolínea. El sueño nacionalista de ver al aeropuerto de El Prat convertido en un hub quedó enterrado.

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