A Mónica Runde se le ha pasado el arroz
Mónica Runde descansa de temas etiquetados como serios y comprometidos -Hebras de mujer, Hasta Mañana- y se concede un relajo mental para hablar de otras densidades más amables, auque no menos importantes, en cuanto a que alimentan el ánimo y producen una venturosa sensación de estar vivo a todo el que se pone en el trance.
Se trata del juego de seducir y ser seducido, de desear y ser deseado. Y ello con las muchas variables que aparecen en el tablero, según un básico muestrario de las sexualidades y personalidades tipo que juntamos en el barrio de la vida.
Se desarrolla entre un grupo de vecinos vestidos bien, que parecen esperar para su reunión anual pero prefieren ligar, les viene la calentura y forman un guateque. Lo que ocurre en escena, desde la ensoñación de los débiles -el jovencito homo y la solterona- son aproximaciones, rechazos, insinuaciones cruzadas, apaños triangulares y alivios solitarios. Total, lo que somos, lo que nos reverdece como un chute de adrenalina. Pero en absoluto es lo que nos inunda por fuera: el cliché, modelado con tanta zafiedad y exhibición hortera. Es elegancia.
El equipo se repite desde hace años y eso se nota en la compenetración y la solidez del trabajo, en la facilidad con que generan temperatura escénica, en la estructura de espacios y tiempos que sostiene la acción, aunque sea una creación tan fácil y falta de riesgo como parece serlo ésta para una creadora del horizonte de Runde.
Arropada por unos elementos escénicos neutros -trajes, luces, escenografía, incluso la música, casi siempre- que la dejan explayarse, la danza va desde el solo, que luce a cada uno -Edurne Sanz, un trueno- al dúo breve, configurado con líneas en evolución o ritmos de baile de salón.
La extensión de la dinámica viene en la frase compartida; la danza de grupo en la que confluyen todos o algunos. Allí está la escritura 10 &10, su proyección espacial y el juego entre el suelo y el aire que hacen tan líquido y suave. Esa danza unísona y común tiene aquí una miga especial, significa la entrada en complicidad y se hace teatral, como una habitación con trasiego de entradas y salidas. Un inteligente menage entre danza y teatro.
Mónica Runde pone humor a la cosa. Miope y despistada, pasea el bouquet de toda esa generación que está en el tajo desde hace casi 20 años. Baila admirable, como todos ellos. Y, como ellos, enternece. Es aquella a la que se le ha pasado el arroz pero quiere todavía y copia. Se lleva al pegón, claro.
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