Gandolfini carismático y genial
Estos días se ha escrito de todo sobre Gandolfini: su genialidad y carisma, la ternura y el reverso oscuro, las frases célebres de un Toni Soprano que colocó sobre su piel una máscara difícil de separar de su calavera, su participación en Perdita Durango, In the loop, La noche más oscura o su maravilloso papel de Leroy en The Mexican. Se ha hablado de su cultura, de que fue un inmenso actor teatral y de un gusto por los placeres de la vida que, según algunos, ha acabado siendo su condena: alcohol, mayonesa, langostinos fritos…
De camino al festival de cine de Taormina, Gandolfini muere después de una comilona. En el certamen le rendían homenaje. Pero el actor no pudo subir al escenario del Teatro griego como lo hicieran Cary Grant, Sofia Loren, Elizabeth Taylor o, en esta última edición, Jeremy Irons, Russell Crowe o Meg Ryan, que recibió el premio Lancia por su carrera.
Siento simpatía por las personas culpables de su muerte y antipatía por el dedo acusador. Que, de un actor como él, quede la memoria de sus hábitos nos habla de una sociedad moralmente enferma, corporalmente saludable. Moriremos guapos. Y sanos. Brindemos por Gandolfini. Un grande.
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