La mujer escaparate

La dueña de la tienda puso a la muchacha en el escaparate siguiendo el instinto comercial de un agente publicitario. Una chica con ansias de modelo y vestida con un bikini hecho con hojarasca de olivo. La campaña estaba hecha. Y la guerra. María de la Cabeza Galán es dueña de una boutique de lencería femenina en Martos y quería ganarse con ese escaparate viviente un poco de notoriedad y sumarse a la fiesta de la aceituna. Quizá no había leído mucho a Arthur Miller ni había ido a ver ninguna representación de Las brujas de Salem. Quizá tampoco estaba muy al tanto de lo que fue el código Hays en Hollywood. De lo que sí se está enterando es de cómo, gracias a la ridiculización de unos valores progresistas, estamos asistiendo al resurgimiento del código del viejo y casto Hays y al revuelo de las nuevas brujas de Salem.

Así que María de la Cabeza se ha encontrado con un expediente sancionador por parte de la Junta por considerar que su escaparate pertenecía a una campaña discriminatoria contra la mujer, ya que hacía un uso indebido de la anatomía femenina. De poco le valió a la dueña de la boutique Tentaciones colocar a dos hombres dentro del escaparate en ropa interior. No hacía más que empeorar las cosas. Y si se descuida muy pronto le censurarán el nombre provocativo y machista de su tienda. Tentaciones de qué. La hoja de olivo provoca escozor en las intimidades. También la miopía produce irritación en los ojos y en el cerebro. Micaela Navarro, consejera de Igualdad, es víctima de esas irritaciones mentales. Le ha dado tan fuerte a la manivela del feminismo y la progresía que sus caballos han ido a parar al campo del beaterío y la intransigencia. La tuerca pasada de rosca.

Las fanáticas de Salem perseguían con tanto ahínco el pecado en las mujeres libertinas y veían tanta sospecha de brujería por todos lados que al final ellas mismas, las defensoras de la virtud a ultranza, acabaron convertidas en las auténticas brujas gracias a esa descontrolada exaltación de la pureza. Naturalmente que hay que defender la dignidad de la mujer, tanto tiempo vapuleada, pero para eso no hace falta darle esquinazo al sentido común. Y el sentido común nos dice que lo ocurrido en la tienda de Martos está en los linderos de un histerismo puritano y reaccionario. La prueba es que en ese aquelarre han participado con la misma vehemencia aquellos que se indignaban por considerar el escaparate un acto de degradación femenina, con la consejera de Igualdad al frente, y quienes lo repudiaban por indecente y pecaminoso, con la moralina parroquial de fondo.

¿Dónde, en qué esquina, parará la intolerancia que viene desde la Consejería? Se supone que del mismo modo que hubo que desalojar el escaparate habría que retirar las fotos publicitarias de todas las lencerías andaluzas, porque en todas aparecen modelos luciendo prendas íntimas, es decir, según el código Hays de Micaela vendiendo a la mujer como ganado. Y lo mismo se podrá aplicar a los pimpollos masculinos que lucen torsos desnudos, o a esos calendarios benéficos de ONGs con gente tapándose el culo con un casco de bombero o una raqueta de tenis, y a Ana Obregón, que deberá hacer sus posados estivales en la cárcel, por deshonrar la imagen de la mujer. La asepsia que la consejera y sus seguidoras pretenden es imposible. La persecución de toda iconografía sospechosa de desequilibrio o exaltación del género acaba convirtiendo las reivindicaciones feministas en una parodia digna del viejo azote de Hollywood, que cerraba su código diciendo: «Las exhibiciones del cuerpo están prohibidas. El ombligo también». Y la sensatez también, habría que añadir.

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