La cocina vasca es la mejor de España

No hay que hacer sesiones agotadoras de «brain storming», lo que en publicidad se llama «tormenta de ideas», para saber que estamos ante una oportunidad histórica de proyectar la cocina vasca en el mundo. Recibir cientos de miles de visitantes con unos cuantos líderes de opinión a la cabeza de las excursiones no es asunto baladí como para dejarlo en el baúl de los recuerdos. Si ya tenemos el foco de proyección con el museo, el eje de comunicación gastronómico ha de ser su restaurante. De momento, parece que el camino está trazado con acierto. 

Una cocina sencilla y adaptada a los tiempos, enraizada con las tradiciones de este país, modélica en la relación cantidad-calidad-precio, y soberana en gustosidad, es el nada mentiroso eslogan que utiliza Bixente Arrieta en el sugerente decorado del Guggenheim.

El dominio que ejerce este joven y gran cocinero guipuzcoano da como resultado unos menús que no tienen rival en Bilbao. El llamado Producto-Técnica, o el Tradición-Naturaleza, componen dos alternativas infalibles a precios que quitan el hipo no por el susto, sino por la alegría. Vamos con el más «caro»: ensalada de bogavante con virutas de cogollos y tomates confitados; arroz cremoso de txipirones con Idiazabal y aceite de oliva virgen; rape asado al horno con estofado de pulpo y patatas asadas; pichón de Bresse deshuesado con melocotones al moscatel; torrija casera caramelizada; infusión de frutas rojas con helado de queso; más alguna que otra sorpresa. ¿Quién se atreve a competir frente a este despliegue? Conociendo la maestría de Arrieta, apuntar que los platos salen impecables está de más.

Las posibilidades son tantas (merluza o almejas en salsa verde, bacalao con txangurro, rabo guisado, ensalada de anchoas y piquillos, carrilleras con crema de ajos) que mejor nos hacemos eco de la teoría grabada en la carta y que descubre para qué vale el dado que en ella aparece: «Si en este laberinto de fragancias y sabores no encuentra la certeza de sus apetitos, le proponemos aliarse con la suerte, lanzar los dados y dejar que ellos hagan la elección por usted». Con la cocina de exposición del Guggenheim la suerte ya está echada.

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